¿DESDE EL HADES?
El sujeto del conocimiento no existe. ¿Acaso puedo yo saberme más acá del límite sin conocer las justificaciones del ojo orgánico o del ojo geométrico?
Si el sujeto del conocimiento no existe (cuando intentamos apresarlo cambia rápidamente) siempre podemos canjearlo por cierto objeto, mucho más desarrollado, del conocimiento. Aunque, en honor a la verdad, en este caso, nada informará de su estado o del paradero actual del ejemplar descolocado.
Sabiduría pop, así, soberanamente (también a regañadientes), me lo hace saber todos los días: tú lo llamarás cursilería, dice, pero yo lo llamo idealismo (trascendental, eso sí, pero idealismo); tú lo llamarás literatura, pero todo el mundo lo llama, quizás de forma exagerada, solipsismo. “Él es el ojo que todo lo ve y por nadie es visto”, escribe Wittgenstein en el Tractatus. Y más concluyente aún: “Si el mundo es idea, no es idea de ninguna persona”.
Interesados en el asunto pueden echar un vistazo, si lo desean, a Pienso, luego no existo, de Pilar López de Santamaría. Aquí encontrarán la materia prima de la que se nutre esta nota, así como versiones, visiones y acercamientos sobre la suerte imposible del sujeto. Lástima que al final, en las últimas páginas, se nos prive de alcanzar la sabiduría o, cuanto menos, la suave picazón de algún misterio. Y es que el nuevo ejemplo de intersubjetividad social que plantea Strawson apenas si aporta nada a la incógnita que, sin embargo, ésta sí, deambula despistada por todas nuestras representaciones. Una lástima, ¿no creen? Hay que ver cómo son estos modernos analíticos. ¡Con lo bien que nos estaba quedando el retrato!

No obstante, si de verdad quieren disfrutar con la visión descarnada de un objeto del conocimiento, deben ustedes andar muy atentos. Hoy en día, si algo caracteriza a los objetos del conocimiento es su movilidad constante, algo excesiva, multiplicada por una velocidad imposible y una actividad o acción que, aunque intuimos también inasible, nunca deja de sorprendernos.
Ahí tienen, si acaso dudan, al Buda que escapa del fuego tras el sueño engañoso de las apariencias. (“A caballo Buda huye en la soledad”, escribe Colli).
O al doncel con dálmata del hermoso poema de Juan Antonio González Iglesias (“Sus insonorizadas/zancadas de nike air extralimitan/a los contemplativos”), que se atisba contra el muro del templo (de Salamanca, suponemos) y desaparece corriendo río abajo, de pronto, impulsado por la técnica y el viento.
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